Pregunta: ¿saben de esa satisfacción que uno siente cuando lee una noticia en la que dicen que un grupo de personas agarraron a golpes y sometieron a un asaltante en el transporte publico? ¿Eso, que sabes que está mal porque si así fuera todo reinaría aún más rampante el caos, pero no importa porque al fin hubo justicia?
Esa es la sensación que me provoca la versión de Matt Reeves de The Batman. No es un concepto nuevo: lo que la ley y las autoridades simplemente no van a detener, cuenta con un vengador solitario quien se rige por su propia brújula moral, pero que resulta estar del lado de los buenos. Eso que tantas veces hemos deseado en nuestras fantasías y una de las razones por la cual tantos hombres adultos siempre amaran a Batman. Sabía eso del personaje, pero ahora lo sentí.
Para mí, por filias personales quizá, Batman siempre ha sido Michael Keaton. Pero eso amaba a Keaton antes de ello. En el caso de Robert Pattinson me pasó lo contrario: lo empecé a respetar en Tenet, pero ahora puedo ver que a pesar de los prejuicios de muchos ese traje le queda. Aún no a la medida, porque solo han pasado dos años desde que decidió volverse un vigilante de la noche, y todavía está entendiendo no solo su rol en esta Ciudad Gótica, sino a sus propio demonios. Eso en sí es un logro enorme de Reeves y Pattinson.
Sí, la cinta tiene varios finales, pero extrañamente logran hacer que nos demos cuenta de que, aunque ya podríamos haber estado satisfechos, siempre hay algo más que entender de la maldad y su origen. Y los paralelos con los militantes radicales de estos tiempos no tienen desperdicio.
Con información de msn.com.
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